Panel 8
Nima: una callada canción de adiós
Nima’s Silent Farewell Melody

Nima: una callada canción de adiós

El aire nocturno esparce las brumas del entorno desde el infinito y como faro del Olimpo la luz de la luna vigila su danza marina. Su soplo arroja estrellas al firmamento. La marea, sobornada con la gracia de su aleteo, envía caricias salpicadas de sal a su agotado cuerpo. Su respiración escasa y profunda delata su condición.

Con armas afiladas en las manos, la costa rocosa la observa desde la orilla, como un centinela, impaciente en su interés sigiloso…

Se esfuerza, respira, se queja y avanza un poco más con el ánimo de un torpedo fatigado.

La calidez de la península vigila su cuerpo, entre el norte y el sur del planeta. Es en este lugar donde respiran sus mejores recuerdos. Su nacimiento, el primer color atrapado por sus ojos, el cuidado de su madre, las menudencias tempranas del sol, el afecto de la luna, su primer amor, los olores, el canto, el cortejo, el contacto, el viaje… este espacio salado, como un diario marino, lo guarda todo.

Llega a la orilla con la intención de cerrar un círculo, de encontrar refugio en los callejones pétreos de la península. Los centinelas se amarran a sus huesos, masticando su identidad. Cubierta por la noche caribeña, las olas saladas de la región que la vio nacer le dan consuelo.

Destila toda su pasión fundiéndose en la superficie, sus huesos son parte de la faja rocosa, encalla su fabulosa historia en la piedra y la dedica a nuestros ojos, como si fuera su última misión de vida o quizás de muerte.

Entre tantos viajes, kilómetros recorridos y lugares fantásticos, la propia región que contempló el primer soplo de vida de la ballena que llamamos Nima, abrigó también su muerte.

Su cuerpo sin vida fue encontrado el 13 de febrero de 1993, en Loma de la Piña, cerca de Punta Balandra, en el extremo sureste de la península de Samaná. Sus restos se exhiben en el Museo de la Ballena de Samaná.

Juan José Marte

Nima’s Silent Farewell Melody

The night air spreads the mists from the infinite, and like a beacon from Olympus, the moonlight watches over her marine dance. Her breath casts stars into the sky. The tide, bribed by the grace of her fins, sends salty caresses to her weary body. Her shallow, deep breaths reveal her state.

With sharp weapons in hand, the rocky coast watches from the shore, like a sentinel, impatient in its silent interest…

She struggles, breathes, groans, and pushes forward with the resolve of a weary torpedo.

The warmth of the peninsula watches over her, between the north and south of the planet. It is here where her best memories reside—her birth, the first color caught by her eyes, her mother’s care, the early nuances of the sun, the affection of the moon, her first love, the scents, the songs, the courtship, the touch, the journey… This salty space, like a marine diary, holds it all.

She reaches the shore with the intent to close a circle, to find refuge in the rocky alleys of the peninsula. The sentinels latch onto her bones, chewing on her identity. Covered by the Caribbean night, the salty waves of the region that witnessed her birth give her comfort.

She pours all her passion into the surface, her bones becoming part of the rocky reef. She grounds her remarkable story in the stone, dedicating it to our eyes, as if it were her last mission in life—or perhaps in death.

Among so many travels, miles covered, and fantastic places, the very region that witnessed the first breath of life from the whale we call Nima, also embraced her death. Her lifeless body was found on February 13, 1993, in Loma de la Piña, near Punta Balandra, at the southeastern tip of the peninsula. Her remains are exhibited at the Whale Museum in Samaná.

Juan José Marte